¿Qué nos impide ser vulnerables?



Mientras más me involucro en el tema de la vulnerabilidad tanto en lo personal, como en lo profesional para seguirme formando y tener más herramientas, más descubro que aún hay mucho por aprender y a veces llego a pensar que no estoy haciendo nada al respecto y me frustro. En ocasiones, pareciera que mientras más me empodero y veo cómo tomar mi “vulnerabilidad como medida de coraje” (Brené Brown), más fácil veo que puedo lograrla… hasta que me topo con uno de esos momentos que me ponen a prueba, me cortan el aliento, me dan un escalofrío o me paralizan de miedo.

Entonces recuerdo el viejo dicho que dice: “a caminar, se aprende caminando”, con lo que me atrevo a decirme: “a ser vulnerable, se aprende siéndolo”. Entonces respiro, me tranquilizo y vuelvo a situarme en mi realidad: estoy avanzando.

Más que enfocarme en ese tipo de momentos que nos ponen a prueba, quisiera analizar qué hay en la balanza donde ponemos la vulnerabilidad que pareciera tener menos peso que aquello que en el momento resulta más atractivo, o más bien, más habitual que dejarnos ser.

Por esto, en el artículo me gustaría revisar ¿qué es lo que nos impide ser vulnerables? Si ser vulnerable es “dejarnos ser” y hemos visto que nos trae gran cantidad de beneficios, ¿qué es aquello que no nos deja ser?

Como no será posible abarcar todos los conceptos en este momento, solo veremos una introducción de cada uno y de ser posible, un ejemplo, ya que en los siguientes artículos iremos profundizando.

Pena y vergüenza.
De la mano de nuestros defectos o errores. En ocasiones y posiblemente de lo más frecuente al momento de decidir dejarnos ver, es por la pena o la vergüenza con las que imaginamos el peor escenario y nos preguntamos ¿y si se ríen? ¿y si no encajo? ¿y si no me sale bien? ¿y si…? Optamos por responder a esta serie de “y sis” interminables que redundantemente terminan por agotarnos y en verdad plantear un escenario nada cómodo ni prometedor.

Por ejemplo, ¿ir a clases de baile? ¡ni loco, si la coordinación no es lo mío y tengo los pies planos! ¡A qué me caigo y hago el oso!

La culpa.
Al pensar en el pasado y recordar una mala experiencia donde te dejaste ser tú y el resultado no fue lo esperado, es normal experimentar culpa por “haber hecho algo malo”, así que cuando te vuelves a enfrentar a una oportunidad similar, prefieres evitarla.

El perfeccionismo y el auto-juicio.
Yo suelo ser presa de esto fácilmente. Cuando me encuentro en un momento de vulnerabilidad, en ocasiones suelo decidir por esta idea de que “debo ser perfecta y no debo equivocarme”. Llego a frenarme de actos graciosos, auténticos o satisfactorios porque me pregunto “¿qué van a pensar de mí?” Mato toda mi vulnerabilidad, en lugar de tomarla como estandarte y después me estoy arrepintiendo de no haberlo hecho, pero ¡oye, mantuve mi “perfección”! ¡Qué va!

Las expectativas.
Son las creencias enfocadas al futuro, que generalmente la gente suele “acomodarnos” y buscamos actuar con base en ellas, porque se las compramos.

Creer que me debo casar antes de los 30, porque “es lo esperado” o si no me quedaré “vistiendo santos”, en ocasiones me tiene toda ansiosa y preocupada, sin disfrutar las etapas de mi noviazgo.

Falsas creencias.
Con esto no me refiero a creencias religiosas, sino a esas creencias que generalmente traemos desde casa tan arraigadas, que en el momento de duda en decidir dejarnos ser, es muy fácil volver a ellas.

Como por ejemplo, la situación de quedarme en casa de la familia de mi novio más tiempo del acostumbrado fin de semana, porque yo “puedo ser un estorbo”. Actué tanto en consecuencia, que para el tercer día allá, comencé a sentirme muy incómoda, creyendo que estaba como un extra en la dinámica familiar y desajustando las cuentas para la comida. Actué con base en esa creencia, que no disfruté los últimos días y además se me ocurrió la gran idea de dejar dinerillo “escondido” como agradecimiento, porque no pude llevarles nada de Chiapas (que siempre acostumbro) y porque según yo, así repondría algo de la comida que gastaron en mí, además, si intentaba dárselos en persona, sabría que sería un “¡no Majo cómo crees!” Ya imaginarás la sorpresa de sus papás, las preguntas de mi novio y obvio el comentario de que “no es hotel para estar pagando mi estancia”, me sentía la peor, sumé más vergüenza. No fue nada agradable para mis suegros, para mi novio, ni para mí. Sí la sufrí y ahora tengo mucha pena de volver.

PD. Aun tengo el gusanito al escribirlo, pues me da miedo haberlos ofendido.

El miedo y la evitación.
Si eres como yo, de querer evitar conflictos, seguro recurres a la evitación y el miedo frecuentemente. En ocasiones, al estar discutiendo algún tema, digamos el aborto que es bastante controversial, suelo quedarme callada, ni siquiera emito los argumentos comunes de porqué no estoy de acuerdo en su legalización y trato de no profundizar más, ni en abrirme a una verdadera escucha o diálogo, para evitar inconformidades, además de las barreras iniciales que ponemos en torno al tema.

Posiblemente el diálogo y lo que yo pudiera aportar pueda servir de algo, pero no lo hago. Por miedo al rechazo o a una discusión donde me sienta pequeñita, opto quedarme callada y nos perdemos un diálogo que podría ser constructivo para ambas partes.

La ansiedad millenial.
Gisela Chávez Murillo, una experimentada terapeuta publicó el ebook Millenials: una generación ansiosa” donde explica que realmente nosotros los millenials tendemos con frecuencia a querer que todo se resuelva en el momento, que todo salga como queremos a la primera, entre otras cosas. Si de por sí la ansiedad es un acelerador de decisiones tomadas a la carrera, para esta generación existe gran relación en que: al no dar resultados inmediatos, ni mucho menos satisfactorios de primera instancia, a la vulnerabilidad no se le ve atractiva y la evitamos a toda costa.

Comparación.
Va muy de la mano con la culpa y el perfeccionismo. Me atrevo a decir que es “un mal” sobre todo de nosotras las mujeres, pues está comprobada la gran carga y altas expectativas sociales de tener siempre todo bien hecho y en orden: trabajo, estudios, labores de casa, educación de los hijos, además de verte bonita y un largo etcétera; por lo que en esta competencia de lograr tener todo bajo control, es común que nos comparemos constantemente, lo cual tampoco nos permite experimentar la vulnerabilidad. Es cuestionarnos ¿si hago esto logro ser mejor que ella? Si la primera respuesta es un NO, lo descartamos en automático.

Podríamos aquí seguir con el listado y ejemplos de lo que nos impide ser vulnerables, pero me gustaría cambiar el enfoque final ¿son en verdad estos ejemplos y conceptos, cosas que nos impiden la vulnerabilidad? ¿o más bien son la oportunidad de optar por ser auténticos y vulnerables?

¿Qué reflexiones has conseguido? ¿Qué es para ti este listado, impedimentos o invitaciones?

La vulnerabilidad nuevamente nos sitúa en esta aventura constante de equiparar y decidir: por estas acciones a las que estamos habituados, o por la oportunidad de ser nosotros mismos, de ser tú, de ser yo. 


Gracias por llegar hasta acá, espero te haya sido de utilidad. Nos leemos el siguiente miércoles. No olvides asomarte a mis redes sociales @dsvla.ms en Facebook e Instagram, te espero con más contenido de valor.
 

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