¿Pueden los padres ser amigos de sus hijos?
Ahora que pasó el tan anhelado 14 de febrero, comparto artículo escrito para el Semanario Católico "Desde la Fe" que se reparte en algunas Parroquias de la Ciudad de México. ¡Qué lo disfruten!
En la actualidad es muy común escuchar que uno
como padre deber ser "amigo de sus hijos" para que cuenten con la confianza de
platicarles las cosas que a los hijos ocurren, evitando futuros accidentes o
problemas, sin embargo, como hija les digo que no es así.
Nosotros como hijos no necesitamos más amigos,
para ello están los que uno escoge en la escuela, en las actividades deportivas
y demás. Nosotros como hijos necesitamos todólogos capaces de hacer de
escuchas, contratistas, enfermeros, consejeros, guías, educadores, modelos y un
sinfín de actividades más, porque de todo eso es capaz (o debería serlo) un padre.
En los primeros años de vida, un niño necesita quien
le modele hábitos para comer, dormir y asearse; necesita quien guíe sus pasos
para aprender a caminar y para encaminarlos a la escuela. Necesita de una
enfermera(o) que se encargue de curar las heridas por raspones en la calle al
estar jugando. Necesita de educadores que enseñen valores aparentemente
minúsculos como dar las gracias y pedir por favor las cosas, regalar una
sonrisa y un minuto de su tiempo.
Mientras más crece el niño, al entrar a la
pubertad y posteriormente la adolescencia, necesita de educadores que regulen
las conductas adecuadas, necesita de modelos de referencia para vivir valores
morales, seguirá necesitando de enfermeros para las caídas y enfermeros para el
corazón, pues es común el enamoramiento y los corazones rotos en esta etapa,
pero sobre todo, necesita más en ésta que en otra de contratistas. Y no hablo
de contratistas del área de construcción, hablo de contratistas del hogar, aquellas
figuras paternas que, de acuerdo a la educación positiva, buscan crear
contratos/pactos/acuerdos con los hijos, para regular alguna conducta no
deseada y del cual hablaremos en el próximo artículo referente al tema (y a publicar también por el Semanario "Desde la Fe").
Durante la juventud, los hijos necesitamos a esos escuchas
atentos al lenguaje verbal (hablado y escrito), pero también al no verbal
(corporal, señas, símbolos), pues a veces es más revelador que el verbal.
Seguimos necesitando de consejeros, aunque aparentemos que no, por creer que
tenemos toda la situación bajo control y que lo sabemos todo. Esta es una etapa
de mayor independencia y en algunos casos de una independencia total en el tema
académico, económico y laboral; sin embargo no contamos con la experiencia de
vida que nuestros padres ya han acumulado tanto en temas profesionales y
económicos, como de relación humana y valores. Papás ¡los necesitamos! (aunque
a veces cueste aceptarlo, sólo a veces).
Una de las principales funciones u ocupaciones que
debe cumplir un padre es la de un regulador: un regulador de emociones que
ayude al hijo a entender que éstas son algo normal y propio de nuestra
naturaleza humana, que no hay problema con externarlas, al contrario, mientras
más las dejemos fluir, ¡mejor!, pero, hay que saber regularlas y por eso un
padre o madre es quien puede ayudar con la experiencia que ya tiene. Regular
las emociones significa reconocer qué es lo que siento, por qué lo siento y
para qué lo quiero dejar fluir, tomando en cuenta: momento, lugar y personas
adecuadas para hacerlo (ser asertivo).
Otra actividad importante del padre de familia con
sus hijos, es la de “coach” o entrenador, no precisamente para cumplir las
funciones de guía y modelo que ya mencionábamos antes, sino para alentarlo,
echarle porras y creer en ellos, en sus capacidades y en sus decisiones,
conscientes y seguros de lo que han enseñado a sus hijos, por lo tanto la
confianza tan anhelada se da en automático. Sin embargo, entra aquí una
situación de duda, pues como padres se reconoce que cada hijo es diferente,
cada uno cuenta con características y personalidades diversas que influye los
actos de cada uno, pero inspirados por los valores infundados.
Todo esto no es propio de un amigo, quien tiende más a
consentir; sino de un padre, quien debe corregir, orientar y escuchar, un padre es un todólogo
capaz de amar.
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